Los piratas tenían una fama de sangre,
advertía Justo Sierra O’Really. Para muchos navegantes del siglo V adC,
“intentar la fortuna en las aventuras” era el más grande de todos los
tesoros. En México, entre los siglo XVI y XVIII, estos navegantes filibusteros fueron un apremiante escarmiento para los conquistadores españoles, quienes salían de los puertos mexicanos atestados de piedras preciosas y poco más.
La historia de la pirateria en los mares del Nuevo Mundo, es
uno de varios episodios de la historia que nos permiten vislumbrar cómo
es que algunos países de occidente ascendieron exponencialmente sus
rutas y comercio marítimos, mutando en ambiciosas potencias. Por
aquellos siglos, los mares eran terreno peligroso para cualquier navío,
especialmente los que circundaban las costas de América. La mayoría de
piratas que arremetían la zona estuvieron al servicio de líderes
europeos en calidad de “corsarios”, marinos con permiso concedido por
sus gobiernos para sabotear a otros barcos.
México, sus gemas, su oro alquímico y escatología se filtró, en buena medida, a través de un puñado de barcos piratas.
Por medio de este vandalismo marítimo se sabe que los corsarios –enviados en su mayoría por Francia, Inglaterra y Holanda– sabotearon
los barcos españoles que se alejaban del México antiguo cargados de
toda clase de recuerdos preciosos del imperio prehispánico. Las costas
que más recibieron estos ataques fueron las de Campeche y Veracruz, donde inclusive algunos de ellos fabricaron sus propias comunas durante unos 300 años.
Para incertidumbre de muchos, los
verdaderos piratas fueron personajes todavía más despiadados que los
conquistadores españoles. Su audacia era de las más escandalosas; se
trataba de morir o rendirse ante un verdadero pirata, divulgadores de la
barbarie y grandes conocedores de los mares.
México guarda un especial recuerdo sobre los filibusteros
más escabrosos de aquella época. Más allá de su legado apocalíptico,
estos distinguidos personajes de los océanos se encargaron de rociar
toda la riqueza azteca por el mundo. Enterrándola, hundiéndola,
ocultándola de la inherente mirada vulgar de quienes intentaron poseerla
y terminaron destruyéndola.
Sin horadar profundamente en el tema, así es como se distinguían algunos de ellos:
Considerado un mago de la barbarie.
Fue conocido por ser el único en haber sido atrapado por el Tribunal
del Santo Oficio de la Inquisición y haberse escapado. Se sabe, también,
que para matar a sus enemigos utilizaba artimañas impredecibles y
trucos de magia.
Nombrado caballero por la reina Isabel
I, Francis Drake fue uno de los piratas ingleses más audaces que
sofocaron a los españoles. Tras la traición cometida a la tregua con
Felipe II de España, Drake y otros piratas –entre ellos su primo
Hawkins– arribaron al puerto de San Juan de Ulúa, en Veracruz, donde
finalmente fueron descubiertos y obligados a huir.
Se dice que fue un bucanero neerlandés
singularmente cruel. Saqueó el Golfo de México amenazando de muerte a
cualquiera que no bebiese con él. Se dice que su odio por los españoles
trasmutaba en atrocidades tales como prenderles fuego, empalarlos o
arrancarles miembros.
Conocido como el pirata negro o el
Lucifer de los mares. Fue uno de los piratas más famosos de las costas
de Yucatán, inmortalizado inclusive en una obra de O’Really. Se dice que
este pirata comió de la carne de un indio y bebió de un pantano, que el
sólo pronunciar de su nombre petrificaba miradas.
William Parker
Uno de los más fatídicos asaltos a los
navíos españoles fue orquestado por el inglés William Parker; un bote
cargado en su totalidad de plata.
Comenzó sus hazañas en el mar a los
trece años. Atormentó el Caribe junto a su hermano Pierre Laffite.
Juntos brindaban sus servicios como espías al mejor postor.
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